viernes, 27 de febrero de 2009

Venus

Vestía portaligas negras y llevaba el pelo oscuro suelto. Su cuerpo había sido hecho para el amor. Sus pezones apuntaban a mis ojos y su mirada se divertía con mi estúpida inexperiencia.
Desde que la conocí, le juro, doctor, me hice adicto a ella. Su delgada figura me acompañaba en el trabajo, en mi casa, por las calles. Las noches que no estaba con ella, se paseaba por mi cuarto. Su boca pequeña y sonriente rondaba mis sueños y mis pesadillas.
Sí, ya sé doctor, cualquiera se puede enamorar de una prostituta. Pero yo no la amaba, estaba enfermo de ella. Sus ojos verdes me desafiaban a desenfrenadas batallas sexuales y cuando pensaba que estaba exhausta, volvía a comenzar.
Pero amor no. Yo estaba enamorado de Gabriela. Desde los diez años, doctor.
Cuando por primera vez nos cruzamos en el colegio, los dos supimos que estaríamos juntos toda la vida y todos lo sabían. Nuestros padres, que en un principio creían que era un juego, terminaron aceptando que no podíamos vivir el uno sin el otro.
¿Por qué Gabriela no viene a verme, estará enojada, doctor?
En fin… ya vendrá. Es que la extraño ¿sabe? Y si no hubiese sido por esa puta de Venus, hoy estaríamos casados.
Y eran tan parecidas, físicamente, digo. Es verdad que los hombres nos enamoramos repetidamente de la misma mujer.
Lo raro fue que Venus se tomara con total tranquilidad la noticia del casamiento. No hubo escenas, ni llantos, ni amenazas de suicidios. Simplemente sonreía, desnuda y estúpidamente, sonreía.
Nunca me hubiese imaginado que ella, una mujer pura pasión, se resignara tan fácilmente es más, me pareció que se alegraba. Aún así, yo tenía mis resquemores.
Todo explotó el día de la boda en la mismísima iglesia ¿se imagina doctor? Todo el barrio estaba allí. Yo engalanado con impecable frac negro, esperaba ansioso la llegada de Gabriela. Hasta que los sones de la marcha nupcial dejaron ver a un ángel vestido de blanco, la gente murmuraba al verla tan hermosa. Caminó hacía mí, lenta, decididamente. No sé por qué en ese momento la figura de Venus cruzó por mi mente. Entonces ocurrió: primero desapareció el tul que cubría el rostro de Gabriela, luego las mangas de su vestido, después la falda y el corsé. Mientras caminaba, todo su atuendo se esfumaba, hasta quedar con el portaligas negro y el pelo suelto, y sonreía.
Con un grito demencial corrí hacía ella. Venus, con lascivia en sus ojos, me desafiaba nuevamente. Esta vez ganaría yo. La tomé del cuello y lo apreté con toda la furia de mi corazón, hasta que su cuerpo cayó a mis pies. Y todavía sonreía doctor le juro que sonreía.
¿Doctor, vendrá Gabriela a visitarme? Es que la extraño ¿sabe?

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