viernes, 27 de febrero de 2009

El escritor y la muerte

El Peugueot negro se deslizaba sobre el camino de tierra, a su izquierda
las apacibles aguas del lago, a su derecha el pinar y las cabañas sobre la
ladera de la montaña. El motor del coche se detuvo frente a la última de las construcciones.
El conductor bajó, miro la cabaña con la nostalgia de quién mira algo por última vez y una tristeza de muerte se hizo mueca en sus labios. Del baúl sacó una maleta semivacía y la antigua Olivetti de viaje.
El hombre, tan viejo como alguien puede serlo después de vivir casi un siglo, entró a la cabaña, acomodó con dulzura, su maquina de escribir sobre la mesa de troncos y de la valija extrajo un par de botellas de brandy que estacionó junto a la maquina.
A medida que recorría la cabaña cientos de imágenes se agolpaban en su mente, quizás no recordara que había almorzado un par de horas antes, pero recordaba claramente escenas de su niñez, tras sus ojos negros, la figura de la muerte se mostraba cada vez con mas claridad, sabía que ella lo acechaba, agazapada, esperando por el zarpazo final, pero el tenía un arma poderosa, sí que la tenía, se dedicaría a escribir, a esperar la muerte escribiendo y narrando paso a paso cada uno de los sentimientos que lo acompañaran al más allá y posiblemente ante cada palabra ella retardara el golpe final y podría seguir escribiendo por toda la eternidad.
Con mano aún firme, llenó hasta la mitad el vaso de brandy y sus huesudos dedos comenzaron a acariciar el teclado, con la dulzura de una madre al amamantar, la vieja maquina fue depositando su tinta sobre el enamorado papel y así surgieron recuerdos, emociones y sentimientos que daban forma de novela, a aquel encuentro entre el viejo escritor y la muerte.
Al llegar a la pagina cincuenta un dolor agudo en el pecho, detuvo por unos instantes su tarea, el brazo izquierdo comenzó a paralizarse y su mano cayó a un costado de su cuerpo, se sirvió un poco mas de brandy y recomenzó su escritura con la mano derecha.
El atardecer se fue perdiendo tras las montañas y una lacustre luna otoñal, hacía su ronda adornada de estrellas. La maquina de escribir, acompañaba con su canto a grillos y ranas, la noche cubría con piadoso manto la desigual batalla, mientras el viejo escritor se aferraba a la vida con cada palabra, con cada coma, con cada verbo y sustantivo, cada letra era una barricada que se levantaba contra la parca, pero ella testaruda llenaba cada segundo con nuevos dolores y espasmos, que le arrancaban mudas quejas de dolor.
Pasaron horas y días, pasaron inviernos y primaveras, a cada dolor, las letras escritas eran mas fuertes, a cada embate de la muerte el anciano respondía con milagrosas palabras, en un momento el corazón se le detuvo y sus dedos, con supremo esfuerzo llegaron a escribir “AMOR” y la lucha continuó.
Cielos e infiernos, dioses y diablos estuvieron por única vez de acuerdo, la muerte enfrascada en su mano a mano con el escritor dejó de lado su diaria tarea y el mundo quedó sin renovación de almas, las voces, celestiales y satánicas tronaron al unísono “TERMINA YA TU DISPUTA”.
Quien pase a orillas del lago podrá escuchar el monocorde sonido del viejo teclado enamorando al papel.

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