viernes, 27 de febrero de 2009

La isla

Cubierta de pinos, la isla, era una esmeralda en el plateado lago rodeado de montañas.
La lancha con motor fuera de borda, se detuvo frente al derruido amarradero. Marcelo, cuarenta y ocho años, el guarda parques, fue el primero en descender y amarrar la lancha, luego bajó Gabriel, topógrafo, treinta años y por último Andrea, veintisiete años, bióloga. El lanchero los ayudó a bajar las cajas que contenían víveres e instrumentos.
-En una semana nos vemos- se despidió, Marcelo del lanchero.
La cabaña de troncos, a escasos cien metros de la costa, se mantenía en buen estado, a pesar de los años de abandono.
Andrea abrió puertas y ventanas, para ventilarla y un sol primaveral iluminó el lugar.
Los tres habían sido enviados por el gobierno, para determinar si la isla era apta para construir un complejo vacacional.
-¿Ustedes notaron algo raro?- preguntó Marcelo.
-Demasiado silencio- contestó Andrea.
-Es cierto- agregó Gabriel – lo único audible es el rumor del agua bajando desde el cerro-
-Sí, no se escucha el canto de los pájaros, ni el gruñido de animal alguno- apuntó Andrea.
-Bueno, vamos a terminar de acondicionar la cabaña y mañana comenzaremos las investigaciones- dijo Marcelo.
El aroma de los pinos y el amanecer reflejándose en el lago, mostraban un paisaje de ensueño.
El guarda parques fue el primero en abandonar la cabaña, había visto una senda siguiendo el curso del arroyo y pensaba recorrerla.
Gabriel, con el teodolito a cuestas, se encaminó hacía la orilla del lago, para desde allí, comenzar las mediciones.
Con su mochila llena de frascos de plástico, Andrea se llegó hasta la confluencia del arroyo y el lago, ubicada a escasos doscientos metros de la cabaña.
Al mediodía, la brisa que susurraba entre los pinos se detuvo, solo el deslizarse del agua sobre las piedras, quebraba el escandaloso silencio. El sonido de pisadas, sobresaltó a la bióloga y un par de frascos rodaron hacía el suelo.
-¿Almorzamos?- preguntó Gabriel, con una sonrisa.

Al gran lonko se le escapaba la vida, en su ruca, los machis, habían formado un círculo y la tristeza del loncomeo, se elevaba como en una plegaria al compás del kultrun.
Con un hilo de voz llamó al mas anciano entre los machis y le susurró al oído “huapi, huapi”. Los ojos del cacique guerrero, quedaron fijos en un punto, más allá de la vida.
El anciano chamán, comunicó a sus pares la última voluntad del lonko y comenzaron a planificar la ceremonia y el entierro.

El atardecer comenzaba a poblar de sombras la silente isla.
-¿No está tardando demasiado Marcelo?- preguntó Andrea, tratando de abrir una lata de atún.
-Debe estar por llegar, dijo que volvería antes que cayera la noche- contestó Gabriel, mientras encendía los leños del hogar.
-Hay algo en esta isla que me estremece- dijo la bióloga exponiendo sus miedos.
El topógrafo, le preguntó por su trabajo, tratando de desviar la conversación y evitar sus propios temores.
Ya era noche cerrada cuando se retiraron a sus habitaciones, habían concluido, que si el guarda parques no regresaba al amanecer saldrían a buscarlo.
Esa noche Andrea soñó con una voz plañidera y el sonido de un tambor que invadían su alma poblándola de tristeza.

Cientos de canoas mapuches recorren el lago en dirección a la isla. En la delantera, el cadáver del cacique, acompañado de sus riquezas, oro, plata, cerámicas, los utensilios que lo acompañaron durante su vida y que seguirán con él por toda la eternidad.

Las primeras luces del amanecer comienzan a iluminar el sendero, que paralelo al arroyo lleva hacia la cascada. Andrea y Gabriel, ya están en camino, entre piedras, pinos y subidas, dificultando el ascenso, los rostros preocupados y temerosos se van perlando de sudor. Los acompaña el silencio, siempre el silencio.
A media mañana, hacen un alto para refrescar cabezas y gargantas, ante sus ojos la cascada, a escasos mil metros, transforma gotas en arco iris. Pero ellos no están de humor para admirar el paisaje, oscuros temores inunda sus almas y ese olor que se hace más intenso a medida que se acercan a la caída.
Se detienen junto a una bifurcación del sendero y Andrea nota que en la cascada y a través de la cortina de agua, hay una parte mas oscura.
-Una caverna- dice Gabriel y hacia allí se encaminan.
Sortean el camino de cornisa y atravesando la cascada se encuentran en la oscura caverna, el topógrafo enciende la linterna y un grito de espanto sacude la silenciosa isla.
El olor, ese olor maligno que entra por las fosas nasales y hace arder las gargantas y el cuerpo de Marcelo vacío de vida, en posición fetal y la alucinante locura que el olor desata en los jóvenes. El sonido del kultrun, le llega atravesando el rumor de la cascada. El joven guerrero mapuche sabe que esa es la señal para destapar el ánfora de cerámica que le han entregado los machis y sabe también que ese hecho acabará con su vida, pero él está allí para eso, fue elegido entre todos para ser el guardián de la tumba del lonko, él y la pócima que contiene el ánfora, detendrán a los saqueadores de tumbas

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